Desde Alerta Irreligión, un buen artículo sobre este día:
Domingo, 12 de octubre de 2014
12 de octubre: ¡DÍA DE LA RAZA y san se acabó!
Redacción.
D. Cristóbal Colón descubriendo América, portando el estandarte real de Fernando e Ysabel. |
Sin importarnos por lo que diga la INMUNDICIA del gobierno ilegítimo y
fraudeamplista tupa-ZOG, hoy celebramos otro día más de la Raza, cuando
el 12 de octubre de 1492, el gran Don Cristóbal Colón descubrió América,
al haber sido en sus tres naves (Pinta, Niña y Santa María), ser guiado
por Dios, para, como dice su nombre--Christóphorus Columbus--llevar el
mensaje de N.S. Jesucristo al continente americano dominado por bárbaros
paganos e idólatras, malvados que practicaban sacrificios humanos y
eran atrasados que no conocían ni la rueda y la gran mayoría ni la
escritura.
Gracias a Cristóbal Colón y los conquistadores que vinieron después,
como el gran Hernán Cortés conquistador de México y Francisco Pizzarro
conquistador del Perú, y muchos más grandes HÉROES de la Hispanidad, es
que hoy América es lo que es.
Si no fueran por ellos, los indígenas atrasados que vivían en la
prehistoria, semidesnudos y revolcándose en el lodo, continuarían siendo
subyugados y esclavizados por los despóticos aztecas e incas, cuyos
reyes y sacerdotes malévolos se pasaban la vida realizando sacrificios
humanos hacia bebés, niños, mujeres y hombres prisioneros o esclavos,
sacándoles el corazón y arrojándoles su cuerpo desde lo alto de una
pirámide escalonada.
Ni que decir de que los CANÍBALES charrúas que asesinaron a Juan Díaz de
Solís, el primer oriental, el verdadero fundador de este nuestro país,
el Sagrado Uruguay; porque antes de nuestros antepasados, los
conquistadores y exploradores, no había nada, nada más que barbarie, maldad e idolatría.
Por favor, recordemos el siguiente artículo:
Violencia parlamentaria, denuncia social. ¡Abajo con el TOTALITARISMO ANTI-CRISTIANO!
ALERTA ROJA: MÁS TOTALITARISMO TUPA-ZOG: AHORA EL DEMONÍACO PARLAMENTO ARREMETE CONTRA EL DÍA DE LA RAZA.Por Silvio Capiscoconi.El 14 de julio del año 1789, podría decirse que fue el puntapié inicial para el Nuevo Orden Mundial; ese día, ocurrió en el Reino de Francia (la hija primogénita de la Santa Madre Iglesia), un hecho terrible y satánico: la toma de la Bastilla, una brutal afrenta y osadía masónica contra el poder de Dios en la Tierra, es decir, contra el Rey Cristianísimo de Francia, Luis XVI, quien luego acabaría--junto a su mujer--siendo brutalmente asesinado por la barbarie subversiva (ANTI)-francesa. Y es que como decía Jacques de Mahieu, la "revolución francesa fue en verdad subversión inglesa", pues toda esa brutalidad y maldad satánica provino directamente de las logias masónicas: protestantes, judaizantes y ateas. LEER MÁS.
El gobierno tupa-ZOG nos quiere prohibir festejar este día, pero nosotros haremos resistencia civil.
¡Festejamos y seguiremos festajando el DÍA DE LA RAZA! Y NUNCA
aceptaremos ninguna basura como "el día de la resistencia indígena" o
"día de la diversidad cultural".
¡FELIZ DÍA DE LA RAZA!
Sábado, 12 de octubre de 2013
Sí al día de la Raza; denunciando a la gentuza que se opone a este día
Hoy celebramos el día de la Raza, es decir el descubrimiento de América, la llegada de los españoles a este continente.
¡Viva el Imperio Español! |
¡VIVA EL DÍA DE LA RAZA!
¡VIVA EL DÍA DE LA HISPANIDAD!
¡VIVA NUESTRA SEÑORA DEL PILAR!
¡VIVA CRISTO REY!
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Y también un buen artículo desde (no estamos de acuerdo con el mestizaje excesivo, pero el artículo es bueno, desde un punto de vista histórico) El Municipio:
SOBRE LA HISPANIZACIÓN DE AMÉRICA
Publicado por ELMUNICIPIO.ES
en Hispanoamérica, Noticias Generales, Opinión Invitada
7 octubre, 2014
1 Comentario
Por Miguel Argaya Roca para elmunicipio.es
No
dedicaré ni una sola línea de este artículo a desmontar leyendas negras
sobre la España americana. Me limitaré a tratar la época en los mismos
términos en que la historiografía trata otros procesos históricos
similares, en los que no se dedican páginas y páginas ni a denuestos
morales ni a justificaciones. En un libro escolar de primero de BUP que
me vi obligado a utilizar hace un par de décadas se ofrecían tres
ejercicios con textos a comentar por los alumnos referidos a las
colonizaciones europeas durante los siglos XVI y XVII. El texto que
hablaba de la colonización inglesa se titulaba “Los ingleses y el
comercio”, el que se refería a la portuguesa se titulaba “Los navegantes
portugueses”, y el que trataba de la española se titulaba “La crueldad
de los españoles”. Pareciera que en el caso de España se le hace preciso
al historiador convertirse en juez moral y construir sobre los datos
toda una teoría de la maldad humana, personificada claro está en el tipo
español, al parecer especialmente lascivo y sanguinario.
Otro ejemplo, esta vez de la Historia Universal
del belga Jacques Pirenne. Hablando de las encomiendas (una especie de
feudos) concedidas por la corona portuguesa a sus conquistadores señala
únicamente que estos “estaban autorizados a cobrar diezmos” a los
indígenas; pero al hablar de las encomiendas españolas en América parece
verse obligado a puntualizar que en ellas “los pobladores quedaban
sometidos a la esclavitud agrícola”.
Veamos
otro ejemplo: un manual de historia antigua que me recomendaron en la
universidad establecía diez factores que permitieron a Roma llevar a
cabo la romanización de los territorios adquiridos: la ciudad, la
ciudadanía, el derecho romano, la administración, el sincretismo
religioso, el latín, el comercio, la esclavitud, el ejército y las
calzadas. En ningún caso, ni siquiera al hablar de la esclavitud, hacía
el manual reproche moral alguno; le bastaba con desbrozar los datos.
Esto, obviamente, no ocurre con la España americana, sometida siempre a
una revisión moral que, al parecer, no atañe a las demás potencias de su
tiempo, ni a las de otros tiempos. Así, se obliga al historiador
riguroso a entrar al trapo para matizar todas y cada una de las
afirmaciones negativas sobre España, cosa que evidentemente no puede
hacer sino refiriéndolas de nuevo. Por eso no perderé el tiempo; no
rebatiré nada. Mi intención, como se verá, es de otra índole. Siguiendo
el esquema de aquel manual de historia de Roma de mis años
universitarios, me limitaré en estas líneas a referir y explicar, sin
valoraciones morales, los diez factores que permitieron a España llevar a
efecto la hispanización de América: las ciudades, el mestizaje, las
encomiendas, el derecho de Indias, las instituciones asistenciales, la
evangelización, la lengua y las instituciones educativas, las
infraestructuras hidráulicas y las infraestructuras viarias.
LAS CIUDADES:
Para
empezar, hay que destacar que la ciudad que España instala en América es
del todo diferente a la que existía en esos momentos en Europa. Esta,
determinada por el curso de la historia, se configuraba normalmente como
una intrincada red de callejuelas. La nueva ciudad americana, en
cambio, se trazó sobre un plano racional en forma de cuadrícula, según
los modelos utópicos renacentistas. Se trata, por así decirlo, de las
primeras ciudades “modernas”, una anticipación de trescientos años a los
llamados “ensanches” del siglo XIX. El centro de este tipo de urbe es
la plaza, rectangular y normalmente porticada, donde se sitúan los
principales edificios públicos: la iglesia y el ayuntamiento. En el
centro de las principales capitales, además, se tendió a empedrar las
calles. En ciudad de México, por ejemplo, esta tarea se inició en 1605.
En el recorrido de las viviendas primaba la horizontalidad, dado que las
viviendas solían ser de uno o dos pisos. Normalmente estaban cimentadas
sobre mampostería y disponían de patio interior a la usanza castellana.
Siguiendo también la usanza castellana, para los pobres -fueran
blancos, mestizos o indios- hubo edificios de patio común llamados
“patios de vecindad” con galerías de viviendas de un solo cuarto o, como
mucho, de dos cuartos. Estas “vecindades” solían contar con fuente
propia en el patio para el abastecimiento de sus habitantes. Hacia 1630,
ya había en la España americana más de trescientas de estas ciudades.
Obviamente, en las poblaciones puramente indígenas (normalmente aldeas
rurales) la arquitectura siguió siendo la tradicional nativa, con sus
casas bajas de un solo cuarto (jacales) y sus corrales hechos de adobe.
Durante el siglo XVI, todas las ciudades y poblados estaban dirigidas por un
alcalde y dos o tres regidores (gestores), elegidos democráticamente
entre los vecinos. La norma se cumplía igualmente si la población era
indígena. En estos casos, los alcaldes indios disponían de jurisdicción
civil y penal en su territorio sobre cualquier persona que cometiese
delito, fuera indio, mestizo, blanco o negro.
En las
ciudades importantes, con frecuencia se constituían dos ayuntamientos,
uno de indios y otro llamado “de españoles”. Sin embargo, no era tanto
una separación racial como cultural, pues el ayuntamiento “de los
españoles” englobaba sin problemas a blancos, a mestizos y a todos
aquellos nativos que se habían alejado de su antigua vida tribal y se
habían integrado, pasando por mestizos, en la sociedad urbana: los
llamados “indios enzapatados”. El ayuntamiento “de indios” se refería
únicamente a aquellos que habían preferido mantener su estructura
original de cacicazgo y se asentaban en aldeas rurales alrededor de la
urbe. De alcaldes indígenas (llamados a menudo “gobernadores”) en estos
cabildos mixtos podemos citar numerosos ejemplos, pero bastarán unos
pocos: el de Juan de Guzmán Ixtolinque, alcalde o gobernador
indio de Coyoacán desde 1525, el de Diego Tehuetzqui, alcalde indio de
Tenochtitlan-México hasta su muerte en 1554, el de Esteban de Guzmán,
alcalde indio de Xochimilco en 1554, el de Antonio Totoquihuatzin,
alcalde de Tacuba desde 1550, el de Hernando Pimentel, alcalde de
Tetzcoco desde 1545, el de Pedro Jiménez, alcalde indio de los
otomíes en Tlalnepantla en 1594. Huelga seguir amontonando ejemplos. Lo
que sí vale la pena decir es que, en todos esos casos de doble
ayuntamiento, por encima de ambas instancias figuraba un alcalde mayor y
un corregidor económico normalmente designados por el virrey,
salvo en algunos lugares en que por su especial significación política
los designaba directamente el rey.
En
suma: la ciudad actuó en América -del mismo modo que en la Península
Ibérica- como verdadero centro de poder democrático frente a las altas
instituciones virreinales. La imposibilidad de acudir a las Cortes del
otro lado del océano hizo que en no pocas ocasiones los propios cabildos
constituyesen su propia manera de parlamentarismo convocando y
reuniendo los llamados “ayuntamientos generales”, a los que acudían
procuradores de todas las ciudades. En el siglo XVI conocemos al menos
cuatro de estos “ayuntamientos generales”: el celebrado en Santo Domingo
en 1518, el de México en 1525, el de Santiago de Cuba en 1528 y el de
Lima en 1544. Se dirá que ese carácter democrático desaparece en el
siglo XVII, y no será mentira, aunque tampoco lo sería recordar que esa
desaparición se produce en igual medida en la propia Europa, sometida en
esos momentos a un intenso proceso de absolutización y centralización
del poder.
En todo
caso, la convivencia entre ambos ayuntamientos de un mismo cabildo
urbano fue haciéndose con el tiempo más estrecha hasta prácticamente
confundirse, gracias sobre todo al mestizaje. Hay que destacar que en el
ámbito de la ciudad los mestizos formaron normalmente una clase
urbana media y baja, dedicada a la agricultura, al arrieraje, a la
artesanía o al pequeño comercio.
No
conviene, con todo, imaginar una sociedad estrictamente dividida en
castas étnicas. Ya hemos dicho que dentro de esa población mestiza hay
que contar también a los indios “enzapatados”, aquellos que preferían
abandonar sus poblados rurales, migrar a la ciudad y asimilarse al modo
de vida urbano y europeo. La razón de esa migración es múltiple, pero
sin duda la facilitó el hecho de que la tributación fuera menor para la
población asalariada que para la encomendada, y su nivel de libertad
personal -igual que pasaba en Europa con los feudos y las ciudades-
notablemente mayor. A la altura del año 1600, la división social es
clara: todo lo urbano es tenido por “español” y todo lo rural por
“indígena”. Un caso bien significativo de este hecho nos lo proporciona
el conocido José Gabriel Tupac Amaru, indio enzapatado que protagonizó
en el siglo XVIII una de las más famosas rebeliones contra el orden
español y que, sin embargo, nunca dudó en algunos documentos oficiales
anteriores a su insurrección (su partida de matrimonio, o las de
bautismo de sus hijos, por ejemplo) en catalogarse a sí mismo como
“español” sin que nadie le pusiera pega alguna. Como se ve, las cosas en
la España americana no eran tan sencillas como a veces se nos pintan.
EL MESTIZAJE
Merece
la pena detenerse un momento para hablar del mestizaje, formidable
mecanismo social de integración al que no hicieron ascos ni los indios
ni los blancos, y muy a menudo favorecido por la Corona. No podemos
obviar la recomendación hecha en 1503 por Nicolás de Ovando, gobernador
de La Española, a los españoles habitantes de la isla: “que algunos
cristianos se casen con algunas mujeres indias, e las mujeres cristianas
con algunos indios, para que los unos e los otros se comuniquen e
enseñen”. La recomendación fue efectiva, porque sabemos que en
1514 ya había en la isla cerca de sesenta matrimonios mixtos. En cuanto
a los hijos habidos fuera de matrimonio, que en esas primeras décadas
fueron muchos, no eran necesariamente repudiados. Hubo buen número de
casos en que los vástagos fueron bien acogidos por sus padres
biológicos. Paradigma de ello es precisamente el primer niño mestizo
nacido en La Española, a quien su padre, un tal Miguel Díaz, no solo lo
reconoció sino que le legó -según testamento protocolizado en Sevilla en
1504- un montante de 200.000 maravedíes “para lo criar y para que
aprenda letras”, más otros 400.000 maravedíes destinados a su formación
superior. Por citar solo otro ejemplo: hacia 1610, Feliciano Rodríguez,
hijo ilegítimo del alcalde de Cuzco Francisco Rodríguez, fue enviado por
este a España a estudiar en Salamanca. La prueba de que estos casos no
fueron pocos es la Real Cédula de Felipe II de 1559 en la que se
prescribe que “los mestizos que vinieren a estos reinos a estudiar, o a
otras cosas de su aprovechamiento (…) no necesiten de otra licencia para
regresar”. No se hacen leyes para casos particulares.
Es
lógico que tengamos pocas referencias a matrimonios mixtos entre
personas de clase media o baja. La historia oficial no suele hacer hueco
a ese tipo de protagonista. Sí las tenemos, en cambio, de los capitanes
e hidalgos que encabezaron la aventura americana. Hernando de Soto, por
ejemplo, casó con Tocto Chimbu, hija del inca Huayna Cápac, con quien
tuvo una hija, Leonor Soto, que acabó heredando la encomienda de su
padre. Más casos: el de Alonso de Mesa, que casó con Catalina Huaco,
hija de indios principales de Cuzco. Y el de Juan Cano de Saavedra,
casado Isabel Moctezuma, llamada Tecuichpo, hija de propio emperador
azteca Moctezuma. Y el de Juan de Paz, casado con otra hija de
Moctezuma, Leonor. Y el de Juan de Torres, que casó con la india
Catalina Moyacoche, sobrina del cacique de Turmequé. También conocemos
algunos matrimonios entre caciques indios y españolas de alcurnia, caso
de Luisa de Medina, casada con Martín de Poechos, un sobrino del curaca
atahualpista Maizavilca. O el de Isabel de Cáceres, casada hacia 1530
con Hernando de Tapia, hijo del cacique azteca Andrés Motelchiuhtzin.
Algunas veces, ese enlace matrimonial mixto trataba de integrar en la
Corona española la legitimidad de las casas imperiales en Lima y
Tenochtitlán derrotadas por los españoles. Otras veces servía en cambio
para consolidar alianzas políticas, como sucedió en muchos casos con la
nobleza tlaxcalteca, que había sido aliada de los españoles contra los
aztecas.
LAS ENCOMIENDAS
Lo
primero que hay que decir de la encomienda en América es que no quiso
ser de ninguna manera un medio de explotación del indígena, sino al
contrario, el instrumento de la Corona para controlar las posibilidades
de abuso económico de la nueva nobleza americana sobre las poblaciones
autóctonas. Lo segundo, que no se distinguía mucho de las formas de
señorío vigentes por entonces en la propia España peninsular y aun en
gran parte de Europa. Inglaterra, por ejemplo, no abolió legalmente el
señorío feudal hasta 1660, Francia lo hizo en 1789, Prusia en 1807,
España en 1811, Rusia en 1861 y Polonia en 1867. Sabemos que a
comienzos del siglo XVII casi la mitad del campo español estaba sometido
aún a régimen de señorío. ¿Podríamos reprochar que el campo americano
se estructurase en esas mismas fechas de igual manera?
Lo que
sí es preciso destacar es que el señorío que España trasplantó a América
fue notablemente menos lesivo para los indígenas que el que estaba
vigente para los campesinos españoles de la propia Península Ibérica. De
entrada, el encomendero en América carecía de derechos jurisdiccionales
sobre el indio encomendado, cosa que sí tenía el señor feudal en el
modelo europeo. Además, la encomienda americana no era vitalicia, sino
que se concedía por un tiempo limitado, normalmente una o dos vidas, que
forzando la ley podían alargarse como mucho a tres o cuatro. Y como la
Corona no deseaba crear en América una oligarquía agrícola como la
peninsular, las encomiendas se concedían con cuentagotas. Así ocurrió
que a finales del siglo XVI tres quintas partes de la tierra productiva
en la España americana estaba enteramente en manos indígenas, sin
restricciones ni encomendero. Lo mismo ocurre con las
diferentes prestaciones laborales propias del feudalismo europeo, como
las corveas anuales consistentes en jornadas de trabajo gratuito en
beneficio del señor, que no desaparecen en España hasta finales del
siglo XVI, mientras que en América quedan prohibidas ya en 1549.
Es cierto que en ocasiones algunos encomenderos siguieron exigiendo
fraudulentamente este tipo de servicio, pero no en mayor medida que en
los propios señoríos de la España europea en ese mismo siglo XVI. De lo
que no podemos dudar es de que la Corona trató de imponer su justicia en
uno y otro caso.
Otra
diferencia de la encomienda americana respecto de la europea era que
aquella se realizaba con carácter colectivo sobre una tribu de indios
encabezada por su cacique o su curaca natural, de modo que los nativos
no perdían su arraigo. El cacique o curaca era el encargado de organizar
a su pueblo manteniendo todas las atribuciones de justicia y de
gobierno que no se hubiera reservado expresamente la Corona. También era
el que recaudaba entre sus vecinos los tributos que constituían la
renta anual del encomendero. Este, por su parte, solo tenía derecho a
dicha renta. Ni siquiera era dueño de la tierra a él encomendada, cuya
propiedad seguían teniéndola los indígenas encomendados. A cambio de
tales rentas, el encomendero estaba obligado a mantener en uso las
infraestructuras viarias y agrícolas necesarias y a evangelizar a sus
encomendados, cosa que hacía normalmente mediante una capilla con un
capellán pagado de su peculio.
A
algunos les extrañará saber que la encomienda no fue un beneficio
reservado en exclusiva a los conquistadores españoles. Muchos caciques
principales y sus herederos se beneficiaron igualmente de ellas sin
diferencia alguna con los capitanes e hidalgos venidos de España. En el
Virreinato del Perú, ejemplos hay muchos y variados. Uno de ellos es el
de Carlos, hijo del emperador inca Atahualpa, que recibió encomienda en
Conocoto en 1549. O Francisco Túpac Atauchi, otro de los hijos de Atahualpa, que la recibió en 1563 en compensación a sus servicios como capitán de las tropas cañaris enviadas a sofocarla rebelión de los indígenas de Lita, Quilca y Caguasquí en 1554. O Martinillo
de Poechos, sobrino del curaca Maizavilca, a quien el Consejo de Indias
le entregó encomienda de indios en pago a su apoyo del orden español. O
Sayri Túpac, hijo de Manco Inca Yupanqui, que se rindió a los españoles
y se convirtió al catolicismo en 1558, y que recibió de la Corona un
perdón completo y la encomienda de Yucay. Lo mismo podemos decir de otro
descendiente de la casa real de los incas, Carlos, hijo de Huáscar
Túpac, que en 1573 recibió encomienda en Yauri y Pichigua. Y de Juana
Pilcohuaco, hija de Felipe Túpac Amaru, el último soberano inca
capturado y ejecutado por los españoles en 1572, que recibió de la
Corona española la encomienda de Pampamarca, Tungasuca y Surimana. Se
haría farragoso seguir citando ejemplos.
Podemos
acabar este capítulo señalando que las encomiendas tuvieron un
importante valor civilizatorio. Hay que hacer constar que los pueblos
prehispánicos subsistían con una economía rural prácticamente neolítica.
Fueron los españoles quienes les sacaron de esa situación enseñándoles
las técnicas agrícolas del viejo mundo. Los rudimentarios utensilios de
madera o cobre fueron sustituidos desde la llegada de los españoles por
otros de hierro como azadas, picos, palas, yunques, martillos y mazos.
A los españoles les debe América la rueda, el carro, el tiro de
animales, el molino de agua y de tracción animal, la quema de rastrojos,
el arado, el estercolado, la poda y el injerto.
LEGISLACIÓN DE INDIAS
Uno de
los más potentes mecanismos de hispanización de América fueron, sin
duda, las llamadas “leyes de Indias”. Desde el inicio de la presencia de
España en América, la Corona dedicó una especial protección a los
indígenas americanos frente a cualquier abuso o maltrato que pudieran
sufrir de parte de los españoles peninsulares. Fue una preocupación
tempranísima, que quedó meridianamente expuesta por la reina Isabel en
1495, cuando, enterada de que en su último viaje Colón había traído a
España quinientos indios americanos y los estaba empezando a vender como
esclavos en Andalucía, ordenó suspender la venta y mandó que los que ya
habían sido entregados fueran recomprados a cargo de la Corona y
puestos en libertad. Se trataba de una medida revolucionaria para un
tiempo en que lo corriente era precisamente lo contrario: esclavizar a
los infieles vencidos en las guerras.
Una de
las primeras medidas legales dictadas por los reyes españoles en favor
del indígena americano son las “Instrucciones” de1501 a Nicolás de
Ovando, nuevo gobernador de La Española: “Primeramente,
procuraréis con mucha diligencia las cosas del servicio de Dios… Porque
Nos deseamos que los indios se conviertan a nuestra santa Fe católica, y
sus almas se salven… Tendréis mucho cuidado de procurar, sin les hacer
fuerza alguna, cómo los religiosos que allá están los informen y
amonesten para ello con mucho amor… Otrosí: Procuraréis como los indios
sean bien tratados, y puedan andar seguramente por toda la tierra, y
ninguno les haga fuerza, ni los roben, ni hagan otro mal ni daño”. Significativo es también el contenido del testamento de la propia reina Isabel, de 1504: “De
acuerdo a mis constantes deseos, y reconocidos en las Bulas que a este
efecto se dieron, de enseñar, doctrinar buenas costumbres e instruir en
la fe católica a los pueblos de las islas y tierras firmes del mar
Océano, mando a la princesa, mi hija, y al príncipe, su marido, que así
lo hayan y cumplan, e que este sea su principal fin, e que en ello
pongan mucha diligencia, y non consientan ni den lugar que los indios,
vecinos y moradores de las dichas Indias y tierra firme, ganadas y por
ganar, reciban agravio alguno en sus personas y bienes, mas manden que
sean bien y justamente tratados. Y si algún agravio han recibido, lo
remedien y provean”.
Esta política proteccionista de la reina Isabel fue irrevocablemente mantenida por sus sucesores en el trono
Carlos I: En 1523 el emperador Carlos dicta la orden de “que no se consienta, que a los Indios se les haga la guerra, mal, ni daño, ni se les tome alguna cosa sin pagar”. Años después, en la llamadas “Leyes Nuevas” de 1542, el mismo Carlos determina “que de
aquí adelante por ninguna causa de guerra ni otra alguna, aunque sea so
título de rebelión ni por rescate ni de otra manera, no se pueda hacer
esclavo indio alguno, y queremos sean tratados como vasallos nuestros de
la Corona de Castilla, pues lo son”.
En esa misma línea van dirigidas las “Instrucciones” dictadas por rey Carlos I en 1548 para su hijo, el futuro rey Felipe II: “Y
en cuanto al gobierno de las Indias, señaladamente tened gran cuidado y
solicitud de saber cómo pasan las cosas de allá, y de asegurarlas por
el servicio de Dios, para que sea servido y obedecido como es razón, con
lo cual los indios serán bien gobernados y con justicia, y la tierra se
tornará a poblar y a rehacerse aquellas provincias, y para que se
restauren y reformen las opresiones pasadas y daños de las conquistas y
largas guerras, y de los que han recibido de otros personajes y
conquistadores, asimismo de algunos que han pasado a ellas con cargos de
autoridad, de los cuales so color de esto y con mano poderosa, y como
remotos y apartados de su rey, y de quien le duele como tal con sus
dañadas ambiciones y codicias, han hecho y hacen notables excesos,
estragos y malos tratamientos a los indios, y para que sean amparados y
sobrellevados en lo que fuese justo, y tengáis sobre los dichos
conquistadores la autoridad, superioridad y preeminencia que es justo”. Seguramente a la sombra de estos consejos surgen aquellas disposiciones de Felipe II: “Que donde hubiere Audiencia se nombre abogado y procurador de Indios, con salario” (1591); “Que los delitos contra indios sean castigados con mayor rigor que contra españoles” (1593); “Que no se den tierras en perjuicio de los Indios, y las dadas se vuelvan a sus dueños” (1594).
Algunos
han pretendido que legislación tan exhaustiva y repetitiva en favor del
indígena durante tres siglos debía de significar que los abusos se
repetían y no se enmendaban. Pero es lo mismo que pretender que los
españoles contemporáneos hemos asesinado, violado y robado sin tasa solo
porque hemos tenido necesidad de promulgar tres códigos penales
sucesivos (1863, 1924, 1991) en el corto plazo de un siglo y medio.
Otros
dicen que la costumbre era que las disposiciones reales se acatasen en
teoría, pero que en la práctica no se cumpliesen. Lo cierto es que son
muchos los casos conocidos de sentencias cumplidas: en 1585 el
Procurador de los naturales presentó una denuncia al Virrey de Perú por
abusos en la utilización de la encomienda, y en consecuencia hubo ciento
doce condenas. Uno de los condenados, por cierto, fue precisamente el
ya citado Carlos Inca. Un año después, en 1586, los jueces encontraban
culpable y condenaban con pérdida de su empleo y honores al oidor Diego
García de Palacios por aprovechar su cargo para arrebatar sus tierras a
los indios de Tlalnepanta (México). Más ejemplos: en 1613, muchos
encomenderos de Tenayuca perdieron sus encomiendas merced a un fallo
judicial en favor de los indios que tenían encomendados.
Vale la
pena incidir también en la acusación sobre la permanente “minoría de
edad” de los indígenas en la lesgislación de Indias. Se afirma
que el estatus jurídico del indígena en la España americana le
equiparaba al de un “menor de edad”, pero también aquí se marra o se
exagera por encima de la realidad legislativa. El indio americano bajo
dominio español podía litigar, ser propietario y decidir sobre su futuro
en la misma medida que podían los demás españoles mayores de edad. De
hecho, tenían algunos privilegios de los que no gozaron nunca los
aldeanos en Castilla, como el de poder testar con la presencia de solo
tres testigos, frente a los cinco exigibles en la España peninsular.
LA EVANGELIZACIÓN
Conviene empezar señalando que la evangelización de América debió mucho al apoyo y patrocinio directo de la Corona española. La
primera diócesis de América, la de Santo Domingo, la creó la propia
Corona en 1504 acogiéndose a la bula de patronato de 1496; acto
temerario, porque la bula solo concedía ese privilegio sobre los moros
de la Granada recién conquistada. Pero la reina Isabel consideró desde
el principio la cristianización de los indígenas americanos como una
prioridad y no estaba dispuesta a esperar permisos. Luego, obtenido
formalmente el patronazgo sobre América por la bula Universalis ecclesiae
de 1508, la actividad evangelizadora se aceleró: en 1513 se creaba ya
la segunda diócesis americana, la de Santa María de la Antigua de Darién
(Panamá). A partir de ahí, el proceso fue imparable. A finales del
siglo XVI había ya una treintena de obispados, cuatro de ellos en
calidad de archidiócesis: los de Santo Domingo, México, Lima y Santa Fe
de Bogotá. Se suele mencionar que la carrera eclesiástica y
administrativa quedó prohibida para indios y mestizos en 1582, por temor
a su apostasía, pero se soslaya en igual medida que dicha prohibición
se fue suavizando con el tiempo a través de sucesivas cédulas reales
hasta ser definitivamente revocada en 1647. De antes de 1582 tenemos
notorios ejemplos de clérigos mestizos. Quizá el más significativo sea
el del sacerdote y organista de la catedral de Quito Diego Lobato de
Sosa, hijo de Isabel Yarucpalla, una de las viudas de Atahualpa, y el capitán Juan Lobato de Sosa, muerto tempranamente en combate (siglo XVI).
Mención especial conviene hacer también a la tarea impagable de las
congregaciones religiosas. Los primeros frailes en llegar a América
fueron franciscanos y mercedarios (desde 1493). Luego se les sumaron los
dominicos (1510), los agustinos (1532) y los jesuitas (1568). Se
calcula que para finales del siglo XVI habían desembarcado en América ya
casi cinco mil quinientos frailes misioneros, la mayoría españoles.
Muchos de ellos se comprometieron de tal modo con la población autóctona
a la que servían que se convirtieron en verdaderos “defensores del
indio”.
Respecto
de la forma en que se llevó a cabo dicha evangelización, hay que decir
que no siguió un único modelo, sino que adoptó al menos tres formas
diferentes: la primera y más temprana fue la realizada en las grandes
islas del Caribe (La Española, Puerto Rico y Cuba); la segunda la puesta
en práctica en el continente sobre los dos grandes imperios
prehispánicos: el azteca y el inca; y la tercera la que tuvo lugar en
las zonas fronterizas de los virreinatos, allí donde las autoridades
políticas tenía un menor peso y se veían obligadas a delegar la tarea de
hispanización en las misiones (Nuevo México, Texas, California,
Paraguay).
El
primer modelo, el del Caribe, fue desde el principio duro y difícil,
hasta cierto punto traumático, acompañado de no pocos retrocesos. Los
habitantes de estas islas estaban organizados en tribus pequeñas, muy a
menudo peleadas entre ellas, que vieron inicialmente en la llegada de
los españoles y en la alianza con estos una forma de dirimir viejos
conflictos vecinales. Los propios españoles tampoco favorecieron esta
dispersión, con algunos episodios de insumisión a los gobernadores
enviados por la Corona, como la conocida revuelta de “los roldanes”.
La
segunda forma de evangelización fue la realizada entre los indígenas del
continente, los integrados en los dos grandes imperios prehispánicos
(el azteca y el inca) y los de las poblaciones sometidas a ellos. En
estos casos, la evangelización fue asombrosamente rápida y
multitudinaria. La razón de esa rapidez estuvo curiosamente en el propio
carácter de las religiones amerindias prehispánicas de la zona. Los
aztecas, por ejemplo, mantenían la inquietud apocalíptica de que el sol
moría y resucitaba cíclicamente y que la única manera de mantenerlo con
vida era ofrecerle constantemente sacrificios humanos en ceremonias
sangrientas que en algunos momentos llegaron a ser masivas. En una de
ellas celebrada en 1487, veinte años antes de la llegada de los
españoles a México, tenemos constancia de que fueron sacrificados
durante varios días cerca de veinte mil prisioneros entre hombres,
mujeres y niños. Normalmente, las víctimas de estos holocaustos eran
capturadas en los pueblos vecinos mediante lo que se llamó “guerras
floridas”. No puede extrañarnos, por tanto, que estos pueblos sometidos a
la barbarie azteca acogieran a los españoles como sus libertadores y
que aceptasen con gusto la buena nueva de un dios que no les exigía su
sangre.
Situación similar se vivió en el Perú. También los incas
realizaban sacrificios humanos, aunque no masivos como los aztecas, ni
tampoco constantes. Los holocaustos incas tenían lugar generalmente en
momentos especiales, cuando se entronizaba a un nuevo rey o cuando se
producían situaciones catastróficas, como sequías, terremotos, etc. y
los sacrificados solían ser niños. Nada muy distinto, en todo caso, de
lo que hacían en la misma época otros muchos pueblos amerindios. Por
eso, en el caso del Perú la evangelización fue algo más lenta y más
costosa que en la Nueva España. Por razones obvias, resultó más fácil
entre los pueblos aliados de los españoles, que eran los que habían
estado sometidos al inca, sobre todo los Cañaris, los Chachapoyas y los
Huancas, que se pusieron enseguida del lado de los españoles frente a
sus antiguos dominadores.
El
tercer modelo de evangelización es el que llevó a cabo la Iglesia sobre
poblaciones de indios desprotegidos, es decir, sobre aquellos que en el
caos de la conquista habían perdido su arraigo y su identidad colectiva o
sobre aquellos otros que, a juicio de los obispos o de las órdenes
misioneras, precisaban un especial cuidado y asistencia. Es aquí donde
encontramos las experiencias evangelizadoras y civilizadoras más ricas y
gratificantes. En el Virreinato de Nueva España, destacaron los
llamados “pueblos-hospital” de Michoacán, creados por el obispo Vasco de
Quiroga. Fueron tres: el de Santa Fe de Los Altos (1532), el de
Santa Fe de La Laguna (1533) y el de Santa Fe del Río (1539). Se trataba
de comunas agrícolas autogobernadas por un indio principal y tres o
cuatro regidores, todos ellos electos por los habitantes. El
lugar central del pueblo lo ocupaba la huatapera, edificio que ejercía a
la vez de hospital, albergue de peregrinos, escuela y centro de
catequesis. Como se establecieron siguiendo los programas utópicos
propios del renacimiento, la cosecha se repartía equitativamente, y
atendiendo a las necesidades particulares de cada núcleo familiar. Los
niños debían acudir dos veces por semana a la escuela para aprender las
primeras letras. En 1547, el propio Vasco de Quiroga viajó a
España y se entrevistó con el rey, del que obtuvo un permiso especial
que concedía a estos indios todos los derechos sobre sus tierras a
perpetuidad.
En el
Virreinato del Perú encontramos experiencias similares en las famosas
“reducciones” jesuitas del Paraguay, destinadas a la protección de los
guaraníes. En total sumaron quince misiones, la primera de 1609. Cada
“reducción” estaba representada por un Cabildo dirigido por un
corregidor elegido anualmente por los propios indios. La población se
estructuraba en torno a la plaza, en cuyo centro se erigía la
iglesia-monasterio. Las calles se ordenaban geométricamente en forma de
cuadrícula. Cada “reducción” era autosuficiente, tenía escuela primaria y
la propiedad de la tierra era mixta, es decir, en parte privada y en
parte colectiva. Lamentablemente, la experiencia de estos poblados
guaraníes terminó de forma abrupta en 1773, tras la disolución de la
Compañía de Jesús. Muchos guaraníes optaron por volver a la selva y
otros por integrarse como “españoles” en la vida de las ciudades
cercanas.
LAS INSTITUCIONES ASISTENCIALES
Desde
los primeros momentos de su llegada a América, España creó una densa red
de hospitales. Los primeros son tempranísimos: el de San Nicolás de
Bari, en Santo Domingo, se abre el año 1503. Entre esa fecha y 1512 se
crearon otros tres en la misma ciudad: el de La Concepción, el de San
Buenaventura y el de San Andrés, este último concebido como hospital de
pobres. Y las fundaciones se extendieron enseguida por todo el Caribe.
En 1515 se abre el Hospital de Santiago en Darién (actual Panamá) y en
1522 el de Santiago de Cuba. En Puerto Rico sabemos que en 1524 había ya
dos hospitales en funcionamiento: el de San Ildefonso y el de San Juan,
llamado también de Nuestra Señora de La Concepción.
Como
puede imaginarse, el fenómeno se repitió en el Virreinato de Nueva
España. En la ciudad de México se creó en 1521 el Hospital de Nuestra
Señora de la Concepción, y en 1532 el Hospital Real de Naturales (es
decir, para indígenas) regentado por los franciscanos. A imitación de
estos, también los poblados indígenas erigieron sus propios hospitales
para pobres. De este último tipo destacaré solo el de La Encarnación,
levantado en Tlaxcala en 1537. En 1553 la Corona crea el Hospital Real
de San José para indígenas, donde por cierto se realizó en 1576 la
primera autopsia hecha en América.
Y lo
mismo en el Virreinato de Perú. En 1538 se funda en Lima el Hospital
Real de San Andrés, en 1552 el de San Juan de Dios en Concepción (actual
Chile), en 1554 el de Santiago en Santiago de Chile, en 1556 en de La
Asunción (actual Paraguay), en 1564 el de San Pedro de Bogotá (actual
Colombia), en 1565 el de La Misericordia en Quito y en 1567 el de Santa
Bárbara en Chuquisaca (Sucre). Algunos de estos hospitales para indios
pobres fueron fundados por personas particulares; es el caso de Nicolás
de Ribera el Viejo, que en 1556 funda un hospital para indios en Ica,
Perú, en compensación -dice- por haberlos maltratado alguna vez, o por
haberles exigido más tributos de los que “sin mucho trabajo ni fatiga
de sus personas me podían y debían tributar… o por no les haber dado
tan bastante y cumplida doctrina como debía”. Huelgan más ejemplos.
LA LENGUA, LA CULTURA Y LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS
También
fue temprana la intención de los españoles de enseñar a los indios a
leer y escribir, no solo en castellano sino en su propia lengua nativa. El
hecho es importante, pues los nativos americanos carecían de una
escritura como tal, a no ser algunas pinturas secuenciales o los
conocidos quipus andinos. Pero más importante aún es que
muchas de las primeras cosas que aquellos indígenas aprendieron a leer y
escribir fueron palabras en su propia lengua. Es sabido que el primer
libro impreso en América fue un catecismo en lengua española y náhuatl
(1539). No por menos sabido es menos verdad que cerca de una tercera
parte de los libros publicados en Nueva España en el siglo XVI lo fueron
en idiomas nativos. Más aún, las autoridades virreinales potenciaron
determinadas lenguas nativas como lengua común o lengua koiné de sus
respectivas áreas de influencia. Así, el náhuatl en Nueva España, el cakchiquel de Guatemala, el quechua en el Perú, el aimara en las regiones andinas, el chibcha en Colombia y el tupiguaraní en Paraguay.
La propia legislación lo favorecía: en 1580, el rey Felipe II ordenaba
crear cátedras de lenguas indígenas en las Universidades de Lima y
México. Acaso siguiendo esa orden, en 1585 el virrey del Perú Francisco de Toledo dispuso que «al sacerdote que no supiese la lengua general (el quechua) se le quitasen 100 pesos ensayados de su salario (que era por aquel entonces de 800) por darles ocasión a que lo aprendiesen».
Con
todo y con eso, la lengua española se acabó generalizando. No en vano
era lengua de la cultura dominante y en la que se ejercía la
administración pública. También era la única común a todos los
territorios virreinales, dada la enorme fragmentación idiomática de los
nativos. Nada distinto, en suma, a la situación en la propia Península
Ibérica, donde -desde el siglo XIV- se venía dando una convivencia sin
problemas entre las distintas lenguas locales y el castellano, cada vez
más extendido como lengua común o lengua koiné. La hispanización
idiomática de América, como vemos, no fue producto de ninguna
imposición, sino -como lo había sido el latín en la propia Península
Ibérica durante la dominación romana- fruto de una necesidad social.
Pronto se vio que el indio hispanizado alcanzaba una posición
privilegiada frente a los demás en cuanto que le permitía ingresar en el
“cursus honorum” de las ciudades.
Ayudaron
mucho a esa generalización del castellano las escuelas primarias para
indígenas que España no tardó en instalar en sus dominios americanos. En
1523 ya había una en Texcoco, seguida pronto de otras en la propia
ciudad de México, en Tlaxcala, en Huejotzingo y en Cuautitlán.
Desde 1530 hubo también escuelas primarias para muchachas indias en
Texcoco, Huehxotzingo, Cholula, Otumba y Coyoacán. Obviamente,
como todavía no eran muchas, se reservaban sus pocas plazas para los
hijos de los caciques y de otros indios principales, pero no fueron
escasos los hijos de plebeyos que lograron acceder a ellas, sobre todo
al principio por el recelo de muchos señores indios, que optaban por
enviar vasallos suyos a las escuelas haciéndolos pasar por hijos
propios. Esto permitió a buen número de indios pobres aprender lo
suficiente para ocupar cargos en los recién creados cabildos municipales
y promoverse socialmente.
No es
muy sabido que también hubo en América colegios de educación secundaria
para mestizos e indios, como el masculino de San José de los Naturales y
el femenino de Nuestra Señora de la Caridad (fundado en 1548), ambos en
México. También en el Virreinato de Perú se produjeron estas
fundaciones, aunque más tardías. En 1618 se crea en Lima el
Colegio de Caciques para indios nobles, llamado Colegio del Príncipe
por haber sido promovido por el propio virrey Francisco de Borja y
Aragón, príncipe de Esquilache. En 1621, también bajo el patrocinio de
Esquilache, abre a su vez el Colegio de San Borja para Incas nobles en
Cuzco. Eran centros educativos tendentes a una enseñanza superior, que
también la hubo.
Precisamente
el primer Colegio de enseñanza superior destinado a los indígenas se
fundó tempranamente, en 1536. Es el Colegio de la Santa Cruz de
Santiago, en Tlatelolco. En él se impartía latín, humanidades, retórica,
música, teología y medicina, con un acento especial en la medicina
indígena, que los españoles valoraron muy positivamente. Su biblioteca,
con cerca de cuatrocientos volúmenes, algunos en lengua nahautl, otomí y maya, fue una de las más grandes de América en todo el siglo XVI, solo superada por la biblioteca particular
del doctor Francisco de Ávila, canónigo mestizo de la catedral de Lima,
que vivió en la primera mitad del siglo XVII y que llegó a reunir más
de tres mil volúmenes. Desde 1546, además, el colegio de
Tlatelolco estuvo administrado por los propios escolares indígenas y sus
profesores. Algunos exalumnos llegaron incluso a ocupar cargos en el
Consejo, y hasta hubo quien llegó a rector. Sin embargo, en 1564
diversos problemas económicos llevaron finalmente a los franciscanos a
hacerse con la gestión del colegio, que se vio obligado a reducir sus
iniciales expectativas académicas. Claro que para 1551 ya existe la Real
y Pontificia Universidad de México, en la que también se admitía a los
indígenas sin más restricciones que las impuestas a blancos y mestizos.
Interesante
me parece hablar en este punto del teatro, que España trasplantó a
América sin limitaciones de acceso, ni siquiera para los indígenas. El
primer corral de comedias de América se erige en
1597 en México. Luego se levantan muchos otros más en las principales
ciudades: Puebla (1617), Lima (1622), etc. Su público era el mismo que
en la Península Ibérica; ni siquiera estaban excluidos los indígenas con
tal de que fuesen cristianos.
LAS INFRAESTRUCTURAS HIDRÁULICAS
La
preocupación de la Corona por la irrigación en los nuevos territorios
americanos fue proverbial y tempranísima. Ya en 1493, los Reyes
Católicos ordenaban a Colón que, en su segundo viaje a América, llevase a
alguien versado en la construcción de acequias. En 1544 Rodrigo
de Liendo diseñó y construyó en Santo Domingo un complejo sistema de
abastecimiento de agua mediante un gran pozo cuya agua era extraída con
una serie encadenada de norias y luego volcada en un acueducto. Por las
mismas fechas se construía en Cuba la Zanja Real para abastecer La
Habana. También en la ciudad de México se realizaron en el siglo XVI
rudimentarios acueductos de obra en sustitución de las antiguas cañerías
de barro aztecas apoyadas sobre la calzada de Chapultepec. Gracias a
ellos, hacia 1570 casi todas las calles de la capital tenían ya sus “cajas de agua”, es decir, sus pequeños aljibes.
En 1620, este acueducto del XVI se sustituyó a su vez por otro más
grande, de novecientos arcos, el llamado de San Cosme del que aún quedan
restos. No fue este el único acueducto realizado por España en América.
Hoy día se conocen cerca de dos centenares; pero no se asuste el
lector, que no será preciso hacerle aquí un listado. Bastará con
recordar el llamado “acueducto del Padre Tembleque”, realizado hacia
1541 en Teotihuacán, entre Otumba y Zempoala, es decir cuarenta y ocho
kilómetros, de los cuales una gran mayoría discurren bajo tierra. Otro
ejemplo temprano es el acueducto de Zempoala, de mediados del siglo XVI.
Interesante es también el Acueducto de Los Remedios, en Naucalpán, de
cerca de quinientos metros y realizado a mediados del siglo XVII.
Podemos hablar también de la creación de lagunas artificiales, como la
de Yuriría, en Michoacán, de 1544.Señalo también la introducción -al
menos en Nueva España- de sistemas de acequias para la irrigación:
conocemos al respecto la tarea realizada por Fray Jacobo Daciano en
Querétaro hacia 1530.
Otra de
las técnicas de irrigación y abastecimiento de agua que España llevó a
América fue la de las galerías filtrantes consistentes en extensas
ramificaciones de túneles excavados horizontalmente en la ladera de una
pendiente para canalizar la infiltración del agua subterránea. Se
trataba de una técnica oriental (los qanats o foggaras) adoptada en la
Península Ibérica desde el tiempo de los árabes y ahora trasplantada a
América. En el virreinato de Nueva España encontramos estas galerías
filtrantes en Tlaxcala, Puebla, Nuevo León, Coahuila, Zacatecas y La
Huasteca. En el Virreinato de Perú, en cambio, estas técnicas de aporte
hídrico no fueron tan necesarias porque ya existían variados
procedimientos similares de origen indígena que los españoles
aprovecharon convenientemente. Aun así, podemos mencionar acueductos
como el de Sapantiana, en Cuzco.
Además
de todo ellos, los españoles introdujeron en América técnicas
hidráulicas menores pero de gran utilidad, como la palanca, la polea y
la noria para la extracción de agua de los pozos. Proliferaron así los
aljibes y las fuentes para el abastecimiento local de agua, algunas de ellas monumentales, como la
de Tochimilco, la de Texcoco y la de Chiapa de Corzo, todas ellas del
siglo XVI. Como curiosidad, destacaré la construcción en 1607 de unos
baños termales en Puebla aprovechando una fuente de agua sulfurosa
próxima a la localidad.
LAS INFRAESTRUCTURAS VIARIAS
Hemos
hablado de ciudades, de cabildos, de instituciones asistenciales y
educativas y de infraestructuras hidráulicas, pero no podemos dejar de
lado lo que probablemente fuera el mejor aliado de la hispanización de
América: la red de “Caminos Reales”. Estos caminos no eran simples allanamientos del terreno, sino verdaderas obras de ingeniería al modo en que lo eran las antiguas calzadas romanas en la propia Península Ibérica:
debían tener una anchura determinada, estaban empedrados en muchos de
sus tramos y atravesaban numerosos puentes de piedra de los que todavía
quedan numerosos ejemplos: el Puente Viejo de Lima, los del Matadero y
del Rey en la ciudad de Panamá, el Puente de Ojuelos en Jalisco
(México), el del Diablo de Xalapa (México), el Puente Nacional de
Veracruz (México), el de San Rafael, el de La Quemada y el de Fraile o
del Chamacuero en Guanajuato (México), el Puente Cuchischaca en Pasco
(Perú), el de San Pedro de Guaytará (Perú), el de Huancaya (Perú), el de
Combapata (Perú), el de Pomacanchi (Perú), el de Pachachaca (Perú)…
Desde el siglo XVII, además, en las localidades intermedias del camino
la Corona habilitó concesiones para instalar mesones públicos donde
alojarse, postas, talleres de herreros y carpinteros y arrias para el
trasporte. Del mismo modo que en la España europea, los tramos del
camino los protegía la Santa Hermandad, cuyo alcalde solía ser elegido
democráticamente por los vecinos, fueran blancos, mestizos o indios.
Los
“Caminos Reales” españoles lograron unir la España americana de norte a
sur. En el Virreinato novohispano las grandes arterias fueron
básicamente dos: el llamado “Camino de la plata”, que
partiendo de México capital llegaba a Santa Fe (actualmente Nuevo
México, Estados Unidos) después de recorrer 2560 kilómetros, y el
“Camino Real de Chiapas”, que enlazaba la ciudad de México con Guatemala.
En el siglo XVIII se crearon además otros dos, ambos hacia el norte: el
“Camino Real de Texas” o “de los Tejas”, que llegaba a Natchitoches-Louisiana (actualmente Estados Unidos) con
una longitud de 4000 kilómetros, y el llamado “Camino de los Reyes”,
que unía México con San Agustín (Florida). Sobre ese eje se vertebraban
otros ramales secundarios llamados “caminos de travesía”, como
el de Veracruz, que unía México capital con Veracruz, o el de Yucatán,
que unía las poblaciones yucatecas de Mérida y San Francisco de
Campeche. En el siglo XVIII se creó el “Camino Real de California”, que
unía los 2000 kilómetros entre Santa Fe y Los Ángeles. En
Panamá se abrieron el llamado “Camino de Cruces” entre la capital de la
audiencia y Portobelo y el que unía Cartago (actual Costa Rica) y
Nicaragua.
También en los territorios del cono sur encontramos una gran arteria vertebradora: la que unía Lima, capital del Virreinato del Perú, con Caracas, capital de la Capitanía de Venezuela, pasando por Quito y Santa Fe de Bogotá a lo largo de 3000 kilómetros. En
la zona específica de Perú se aprovecharon las viejas sendas incas,
igualmente empedradas y de gran calidad, aunque más estrechas que las
españolas. Sobre esa gran arteria Lima-Caracas se construyeron diversos
caminos de travesía, como el llamado “Camino de Cartago”, que
unía esta ciudad con Santa Fe de Bogotá atravesando la Cordillera
Central por el paso del Quindío, el que llevaba de Santa Fe de Bogotá al río Magdalena (Honda) para enlazar por vía fluvial a Cartagena de Indias, o el llamado “Camino de los Arrieros”, que unía a la Ciudad de Caracas con el puerto de La Guayra.
El Partido Monárquico de Uruguay les desea a todos un
¡FELIZ DÍA DE LA RAZA! ¡FELIZ DÍA DE LA HISPANIDAD!
¡Algún día recuperarmos al Imperio Español!
¡VIVA CRISTO REY!
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